lunes, 8 de diciembre de 2008

Iglesias y comunidades de inmigración: una ecuación compleja.



Patronato, un barrio con una historia muy rica y compleja, es el sector de los inmigrantes en Chile. Es dentro de esta dialéctica que las iglesias desempeñaron y siguen desempeñando un papel junto a las comunidades. Los chilenos pobres del siglo diecinueve se aferraban a la iglesia católica. Al final del mismo siglo, los árabes llegaron con las doctrinas de la iglesia ortodoxa en sus maletas. Y, por fin, con la llegada de los coreanos en los años ochenta, los preceptos presbiterianos se desarrollaron. Ese es el encanto de Patronato, una tierra de acogida y mezcla de culturas. Sin embargo, más que el meeting pot chileno, Patronato parece, con la ecuación iglesia-comunidad de inmigración, a un salad bowl. Acaso no hay interpenetraciones entre las culturas sino cohabitación. ¿Es Patronato la tierra de la integración chilena o la de los encarcelamientos comunitarios? La respuesta es mucho menos sencilla de lo parece.

Por Yoan Hentgen.

Cada domingo, las calles vacías de este sector se llenan de creyentes. Entre las 12 pm y las 12.30 pm, los ortodoxos invaden Santa Filomena y Eusebio Lillo. Un poco más tarde, es el turno de los presbiterianos de caminar por el sector de Patronato. Ese mismo día, salen también los católicos. Fahim Quesieh, el secretario de la catedral ortodoxa San Jorge, considera este barrio como “la cuna de cada religión en Chile ya que las comunidades ajenas a este país partieron de acá”. En un pequeño sector, de aproximadamente tres por cuarto cuadras, hay dos iglesias ortodoxas, dos católicas, dos presbiterianas, una franciscana y una sinagoga pequeñita.

Cada domingo, vienen acá entre 200 y 300 personas”, explica Fahim Quesieh. Después, precisa que “venían irregularmente 10 mil ortodoxos.” El padre Jesús Bonachia, sacerdote de la parroquia católica Santa Filomena, afirma que “llegan aproximadamente 300 creyentes para las misas dominicales”. Además, considerando que los fieles “van creciendo” según este padre, que hay “ideas de proyectos” según Georges Abed, el padre de la iglesia San Jorge, y ahora que hace poco se inauguró la segunda iglesia presbiteriana, la religión pesa aun más en este barrio. Así, Jesús Bonachia considera que su iglesia “influye mucho sobre los trabajadores del barrio ya que bautizó a 60 de sus hijos al año”.
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“Llegan aproximadamente 300 creyentes para las misas dominicales”, dice Jesús Bonachia, sacerdote de la parroquia católica Santa Filomena.



Según el padre Georges Abed, la renovación de la fachada de la
catedral ortodoxa San Jorge muestra el dinamismo de su religión.



Cada domingo, el parking de la iglesia presbiteriana coreana, en la calle Buenos Aires, se llena de autos.

Sin embargo, representantes de los católicos y de los ortodoxos admiten que hubo una pérdida de creyentes a lo largo del último siglo. Las explicaciones al respecto difieren. Georges Abed, cuenta que antes “había aproximadamente 200.000 personas afiliadas a esta iglesia (y que) ahora son decenas de miles”. Describe esta decadencia como “normal ya que al principio del siglo había solamente una iglesia. Ahora hay cinco más y muchos se arreglan allá”. Señala también “el proselitismo” de los demás como la causa de este fenómeno. Su hijo, Antoine Abed, habla de una “huida de los jóvenes”. En cuanto a Jesús Bonachia, que el culpable de tanta "perdición" es el ambiente comercial: “Al principio del siglo pasado, la mayor parte del barrio era residencial. Muchas familias iban a la misa. Pero en los años cincuenta, cuando el comercio empezó realmente a crecer y que las habitaciones se fueron sustituyendo por las tiendas, las familias se fueron por otra parte y no regresaron acá”. De hecho, lo mismo ocurrió cuando los coreanos llegaron y compraron habitaciones para cambiarlas en tiendas.


Los vínculos entre las iglesias


Entonces, los antagonismos entre las comunidades católicas chilenas, las ortodoxas árabes y las presbiterianas coreanas parecen evidentes. A medida que cada una de las iglesias se desarrolla con su comunidad propia, pierde influencia cuando las comunidades de los demás crecen. Pese a esto, Jesús Bonachia se emociona y afirma que “la correlación no funciona siempre ya que hace diez años que numéricamente mi religión ha ido creciendo” aunque admite que “la construcción de torres en el sector ha ayudado”. Además, quiere poner priorizar el hecho que su iglesia “está abierta a todos” y que “hay sesenta familias de coreanos católicos en Patronato”. De su lado, Antoine Abed reconoce que, por razones históricas, “hay también árabes católicos ya que antes teníamos que ser católicos para entrar en las mejores universidades”. Entonces, existirían puentes entre las comunidades, lo que debilitaría la ecuación iglesia-comunidad.

Sin embargo, Georges Abed zanja diciendo que “no comunicamos entre las iglesias, no construimos nada juntos”. Luego, atempera: “Sólo existe la FRAECH (fraternidad ecuménica de Chile) donde hay la mayoría de las religiones representadas”. El problema es que no hay realmente comunicación religiosa con esta fraternidad ya que solamente concierne a actos del Estado. Un ejemplo de esto es que este viernes, “vamos a celebrar el aniversario de la fundación de la municipalidad de Santiago en la iglesia ubicada en Plaza de Armas”, aclara el padre.

La comunidad coreana es particular

Los presbiterianos no dicen lo contrario en cuanto a la ausencia de dialogo. Así, Carolina Sung, cuyo padre era sacerdote, piensa que su “religión es muy estricta, la gente que viene tiene mucha fe. Nuestra iglesia es más cerrada que el catolicismo”. También revaloriza la ecuación iglesia-comunidad ya que afirma que “solamente hablamos coreano durante el culto”. Además, sobre el letrero de su iglesia, ubicada en la calle Buenos Aires, está escrito “Iglesia Presbiteriana Coreana”. La relación es, entonces, explicita.

Los presbiterianos forman realmente una comunidad en Patronato, en el sentido que todo lo que hacen tiene por consecuencia una solidificación del cimiento que les une. Y son mucho más identificados como una comunidad en comparación a los otros creyentes. Así, Marisel Salas, la secretaria de la iglesia Santa Filomena, explica este sentimiento por el hecho que ellos “no hablan con la gente ajena y desconfían mucho”.

Sin embargo, Carolina Sung dice que tienen “actividades de misionero. Visitamos a la gente que lo necesita, ofrecemos cuidados gratuitos, o también juntamos comida”. Los otros cultos no hacen semejantes acciones. Georges Abed cuenta que “no hay actividades organizadas con la comunidad abierta”. En cuanto a Carolina Sung, ella considera sus actividades como una manera de vivir su fe y de crear puentes con los demás. ¿La consecuencia sería una mejor integración a la sociedad chilena?


¿Historias paralelas?


Es verdad que los coreanos están lejos de la integración lograda, por ejemplo la mayoría de ellos no habla castellano, pero tampoco los árabes la lograron al comienzo de su establecimiento. Pero ahora, han desaparecido de los vocabularios ajenos. Como lo describe Antoine Abed, “muchos árabes viven en Vitacura, Las Condes y Providencia. Todavía vienen acá pero menos que antes”. El caso de Esteban Jadue, un creyente de la catedral San Jorge, es representativo de lo que ocurrió: “Soy ingeniero civil mecánica, vivo en Providencia y vengo a esta iglesia porque antes vivía aquí”. Y admite venir por razones de “ambos, religión y tradición porque respeto mucho a su historia familiar”. De hecho, Victor Hidalgo, auxiliar en la catedral San Jorge, nota que “vienen más cuando recordamos a personas fallecidas”.

Esta comunidad árabe, aunque supo seguir siendo una comunidad gracias a la iglesia ortodoxa, supo también abrirse a los demás y a la esfera publica. Al mismo tiempo, se volvieron más independientes con respecto a la religión. Antoine Abed lo describe como “una perdición de comunicación de la iglesia con los fieles”. En cuanto al padre Georges Abed, confiesa que “poco a poco la iglesia representa menos la historia de la comunidad ya que los árabes se diluyeron en la sociedad

Los logros de los árabes parecen fundados sobre el red de la comunidad religiosa y sobre el negocio de Patronato. Es así que Jorge Sarras, que llegó a Chile durante los años cincuenta, volvió, después veinte años, dueño de un restaurante árabe muy famoso en Santiago, el Omar Khayyam. Los coreanos presbiterianos parecen seguir el mismo camino. A menos que, como lo supone Sungmin Cho, estudiante coreano en Chile, “no tengan voluntad de integrarse”. Explica que sus tíos “quieren regresar al país”.







La iglesia presbiteriana coreana parece realmente representar una comunidad cerrada y autosuficiente. Dentro de ella, hay:



- El templo













- La sala de deporte













- La cocina y el refectorio













- Salas de clases, oficinas...





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1 comentario:

Unnie Latina dijo...

Un chileno puede ir a esta iglesia??? como puedo hacerlo sin tener que casarme???